La solidaridad de la sangre
El concepto de solidaridad es algo poco arraigado en la sociedad en la que vivimos. No por ello poco necesario. La solidaridad empieza desde la infancia, compartiendo los juguetes propios con los compañeros de guardería o hermanos, y continúa durante la juventud en gestos como el dejar los apuntes de clase o apoyar a un alumno con dificultades en matemáticas. Puede ser que hasta esta etapa la solidaridad resulte más sencilla de practicar, aunque la que realmente cobra fuerza es la que llega en la etapa adulta. En este momento, el concepto de solidaridad adquiere dimensiones mayores.
La sangre es un bien mayor. La donación es una dimensión mayor. La solidaridad con nuestra sangre ha de ser para todos una apuesta por la vida, incluso por la de uno mismo. Al llegar la época del verano, los centros de hemodonación se ven vaciados de bolsitas de sangre por dos razones básicas: la gente que veranea no tiene tiempo de preocuparse en donar y la gente que veranea tiene accidentes que precisan de la sangre. Es entonces el verano una balanza muy poco favorable para los bancos de sangre y para la gente en general, que no tiene en conciencia la necesidad de compartir su sangre con el resto de personas. Y sí, es cierto que muchas personas no pueden donar, pero incluso ellos pueden practicar la solidaridad de la sangre transmitiendo la importancia de la donación.
Es un gesto sencillo, incómodo, pero sencillo, el de donar sangre y además de solidario es necesario para muchísimas personas que tienen una carencia de algo tan vital como es la sangre. Y si la solidaridad no anima a la gente a donar, al menos que lo haga el egoísmo... quizás la sangre que estés donando sirva para salvar tu vida o la de algún ser querido.