París, mágico al anochecer
En las calles de París, cualquier paseo al anochecer se convierte en todo un acto de magia y ensueño. El húmedo olor del Sena se desdibuja en los tejados triangulares de las antiguas casas que, atentas y en silencio, contemplan el pasear de los perdidos. Resuenan las pisadas entre las tenues farolas y son pocas las miradas que se cruzan si el aire helado sonroja las mejillas.
Aún así, el vaho que se escapa lentamente de cada suspiro, rezuma nostalgia. Quizás por la cantidad de románticos que se dejaron caer al río para ahogar en él sus penas o tal vez por los contenidos ruidos de vida que parecen pertenecer solo a las calles y no a las personas.
Con paso firme y aferrados a la nostalgia, continúan los pies abriéndose camino entre el empedrado de siglos. Pequeñas rocas lisas y redondas que tanto han soportado y propiciado a lo largo de los años. Ellas sí parecen saber que la noche es mágica porque es París. Y no hay más razón que su propio nombre para asegurar el ensueño.
Nada, salvo las danzantes notas de un cansado acordeón que recuerda esa sensación de magia a quienes la olvidaron.
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