Recuerdo #lorcaseismeses antes...

Hace hoy seis meses que me levanté en un día gris de Lorca para empezar a hacer maletas y limpiar la casa. El amor de esa mi vida me había regalado una excursión a Valencia para celebrar mis 27 abriles, y el día 12 de mayo tendríamos que haber iniciado ese viaje que, a las 11:30 de la mañana del día anterior nunca imaginamos que no pudiéramos empezar.

Para aprovechar el día, decidimos no cocinar y comprar algo de comida preparada, así que con unas rabas y magra con tomate del Janfer teníamos más que suficiente. Irse hasta La Viña a por unas migas del Tío del puro no era opción para ese día, a pesar de ser habituales de los buenos modales de la familia que atendía en el bar La Viña.

Acabada la comida, "mi vida" decide acostarse y yo continúo en mi empeño de encontrar un trabajo. Afortunadamente, por primera vez en meses encuentro una oferta en Lorca con preferencia por un periodista y, con más ilusión que de costumbre, me postulo para la oferta. Mientras tanto, mi gata Urraka ha desaparecido del mapa, algo que achaco al día gris que nos acompaña desde primeras horas.

La tranquilidad es absoluta en casa cuando, a las 17:30 de la tarde, empiezo a sentir lo que, en un primer instante, entiendo como mareo. Un mareo que se convierte en sacudida y que, sin entender bien qué ocurre, llega a parecerme el inicio de una explosión en mi ordenador. Entonces, la explosión rompe y el sonido abrumador del edificio me saca un grito de las entrañas al que le siguen otros dos gritos. No puedo escapar del escritorio, los cajones se me vienen encima y, cuando consigo ponerme en pie, noto que el pánico se me ha pegado a la cara al ver en la cara de mi amigo y compañero un miedo que nunca antes había necesitado transmitir. Rápido, juntamos nuestras manos para correr al umbral de la puerta, justo en el momento en que el terremoto parece haberse detenido. "Estamos en Lorca", es normal, me dice él aún adormilado. "Sí, estamos en Lorca, pero no es tan normal", le respondo yo aún temblando.

Después de esto, la llamada a la familia es obligada, momento en que me dicen que lo mejor es que vayamos a pasar la noche a Murcia. Yo, haciendo gala de lo mucho que se sabe cuando uno ignora, le comento a mi madre que "lo peor ya ha pasado y como mucho solo puede venir alguna réplica menor". Intranquila y con risa nerviosa, tengo que acabar colgando el teléfono al recordarme chillando en voz en grito hacía apenas unos instantes.

A 20 minutos de entrar en la academia de inglés, me dispuse a colocar todo lo que se había caído y a evaluar los daños que el terremoto de 4,6 grados había provocado. A la vez, converso con mis amigos en Lorca y Murcia, donde el seismo también se nota y deja a todos perplejos.

Entre una cosa y otra el tiempo se me ha echado encima y son ya las 18:10, tarde para llegar a tiempo a clase, aunque no tanto teniendo en cuenta lo que acababa de ocurrir. Así que, a pesar de haber pensado en quedarme por miedo a lo que pudiera pasar, decido irme precisamente por miedo a lo que pudiera pasar. A él le pido que, por favor, se vaya cuanto antes y yo, bajando las escaleras, me dirijo al garaje para sacar el coche.

El ambiente en la calle está más movido que de costumbre. Los mayores se agolpan en corros en las plazas y los niños juegan alejados de sus casas. Hay un cierto ambiente de alivio y nerviosismo, algo que se percibe en los ojos de aquellos con los que me cruzo.

Al llegar a la academia, el terremoto de las cinco y media es el tema estrella de conversación, ya sea en inglés, francés o alemán, así que retengo facilmente la palabra earthquake durante mi clase, la cual transcurre desde el inicio en esta temática. Acontecimientos catastróficos, zonas de riesgo, edificios y construcciones... así hasta que a las 18:35 logramos relajarnos e iniciar nuevos temas de conversación alejados del reciente terremoto. Un error habitual el relajarse antes de la tormenta, ya que a las 18:47 nos estaba sacudiendo un segundo terremoto, esta vez de 5,1 grados. Recuerdo que no grité mientras nos agolpábamos en una de las puertas interiores sin poder salir y cómo los niños gritaban y temblaban ante una situación tan impotente. De un empujón, rompimos el barullo que nos mantenía dentro del edificio y salimos corriendo a la calle mientras dentro pizarras, estanterías, cuadros y techo se venía abajo. Fuera, el panorama no era más alentador.

Las nubes de polvo se veían venir de diferentes direcciones, aunque era la zona del Lian la que más polvareda levantaba en ese punto. De momento, el caballo del óvalo seguía allí, aunque estuviese por unos minutos ocultos.

Después de eso, solo recuerdo carrera y telefóno los siguientes cinco días. Primero, desalojando la residencia donde mi suegra estaba ingresada, recogiendo luego a mi gata de debajo de la cama de un edificio poco destrozado en comparación y consiguiendo ropa, piso y ayuda, en general, durante la primera semana. Unos días en que, si paraba, me daba la sensación de que todo se volvía a mover.

Así, han pasado ya seis meses y hoy no vivo en Lorca. La residencia donde estaba mi suegra se destrozó tanto que la han trasladado a Murcia y nosotros, en paro y con el edificio en obras, también nos hemos instalado aquí. Ya no me tiembla el suelo cuando estoy sentada, ni escucho ese estruendoso sonido como un recuerdo cercano. Y aún pienso en qué habrá sido de la empresa que ofrecía el trabajo de periodista y en cuando podré conocer finalmente el Oceanographic de Valencia.

Por fortuna, solo me queda la manía de saber qué tipo de edificio tengo encima de la cabeza o cuáles son las vías de escape más seguras en la calle. ¡Y yo que me alegro! Porque hoy, hace seis meses, también tenemos que recordar a los que se quedaron con el terremoto del 11 de mayo, como aquel chico del bar La Viña que, bajo la complaciente mirada de su madre, te servía con una tímida sonrisa en la boca.

Comentarios

  1. Desgarrador testimonio.
    Tuve la ocasión de visitar Lorca un mes después del terremoto. La verdad es que no esperaba ver aquello. Fachadas con grandes grietas y edificios totalmente apuntalados en su interior con todas las pertenencias intactas desde el día del terremoto; algunos, esperando a ser demolidos. Caminaba por la calle con miedo porque ¿quién sabe si podía volver a repetirse, que simplemente cayera algún cascote o se viniera a bajo un edificio que no pudiera mantenerse en pie por más tiempo? No dejaba de mirar hacia arriba mientras transitaba por las aceras como el que mira hacia atrás creyendo que le siguen; a menudo intentaba ir por el centro de la calle porque no me sentía seguro.

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  2. Eso de andar por en medio de la calle es algo que fue bastante habitual durante varios meses... y la apariencia de hace un año, no creas que ha cambiado mucho, mucho más. Que aún quedan edificios por tirar y los que se tienen que levantar parece que no arrancan nunca. Pero ante situaciones así, lo único que queda es tiempo al tiempo. Y paciencia.

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