Lecciones del pasado atribuibles al presente


[...] Concluyamos, pues, que el poeta es el único que no es hijo ni padre tampoco de sus obras. Dedicaos, compañeros, dedicaos a las letras aprisa; ése es el premio que os espera. Y quejaos siquiera, infelices. Luego oiréis la turba de gritadores que a la primera queja os ataja. «¡Qué insolencia! -dicen-: ¿pues no tiene valor de quejarse? ¿Y esto se permite? ¡Qué escándalo! ¡Un hombre que reclama lo que es suyo; un loco que no quiere guardar consideraciones con los necios; un desvergonzado que dice la verdad en el siglo de la buena educación; un insolente que se atreve a tener razón! Eso no se dice así, sino de modo que nadie lo entienda; encerrad a ese hombre que pretende que el talento sea algo entre nosotros, que no tiene respeto a la injusticia, que… encerradle, y siga todo como está, y calle el hablador.»
Sí; callaremos, gritadores, que gritáis de miedo; callaremos; pero sólo callaremos espontáneamente cuando hayamos hablado.

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