Plagas de plagios
Existen plagios sonados, como el no prosperable caso de Kung Fu Panda (Dreamworks), o plagios sonoros, como el reciente caso de Elton John, quien ganaba además su demanda de autoría sobre la canción Nikita.
Los periodistas, por nuestra parte, tratamos con otra serie de plagios, con mucha menos fama que la conseguida por el libro de Ana Rosa. Plagios callados a los que se suma además la intrínseca condición de las lecturas: el silencio. Una cualidad que, no por ello, resta la culpa del plagio que sin ruido se comete, teniendo además como escenario de libertinaje la siempre informada Red.
Y es seguro que periodistas, escritores, poetas o cuentistas al uso han visto plagiado alguno de sus textos, bien en esta o en la otra parte del charco. Una cuestión que, si por un lado en primer momento puede halagar, al instante se sufre como si se tratara de un hurto de cartera en pleno Corte Inglés.
Y, de igual modo, procedemos a denunciar el atraco mediante dos posibilidades bastantes sencillas:
- Contactar con el plagiador para que retire la información o reconozca la autoría del artículo.
- Denunciar a Google (si no hemos podido/querido contactar) el autor del plagio.
En el caso de Google, la cuestión es sencilla: se aporta la ubicación del artículo original y la ubicación del plagio al cual nos referimos. En pocos días, si nuestra demanda es considerada positiva por Google, el texto-plagio quedará retirado de donde no le corresponde. Un éxito que podemos alcanzar al tratar con los administradores de otras páginas amantes del plagio que, aunque con excusas baratas, podrían retirar también la información plagiada.
El problema llega cuando topamos con la Administración, algo que me sucedió con parte de un texto redactado para Suite sobre cómo encontrar trabajo en Internet, del cual se sirvió el redactor de la web "Recursos para Desempleados desde las Bibliotecas de Madrid" en su sección "Asociaciones de Parados". Menos de 100 palabras, pero todas seguidas en orden y puntuación (coincidentes en mi artículo detrás del primer ladillo), una casualidad demasiado ajustada aunque la redacción del párrafo sea corto.
En esta ocasión, Google no admitió mi denuncia (desconozco el límite de palabras establecidas para hablar de plagio) ni encuentro la manera de agradecerle a la Red de Bibiotecas de Madrid la confianza depositada en mi trabajo como redactora.
Solo espero que con los eurillos que se han ahorrado con tales corta y pega, los servicios de las Bibliotecas de Madrid mejoren. No vaya a haber otra Amy Martin detrás de la Red de Bibliotecas Públicas de Madrid que, encima de cobrar, se dedique al plagio de la información.